Por: Ing. Juan
José Mariño
INTRODUCCIÓN
El
estado de deterioro ambiental del planeta y las proyecciones sobre los impactos
acumulativos futuros, han hecho del tema ambiental una de las principales
preocupaciones actuales de la humanidad.En Colombia, el deterioro ambiental se
aceleró fuertemente durante el último siglo, tanto en términos de la
destrucción de bosques y coberturas vegetales naturales, como de la presión
excesiva ejercida sobre la fauna, los suelos, las aguas, el aire.
Los
usos actuales del territorio han implicado destruir del orden de 300000 km2,
es decir, cerca del 35% de los bosques naturales preexistentes. Posiblemente
más de la mitad de esta destrucción se hizo en el último siglo, cuando fue
especialmente intensa la actividad colonizadora. A pesar de los mecanismos
actuales de control, la destrucción de bosques naturales sigue avanzando a
tasas estimadas entre 500 y 1000 km2/ año (860 km2/año
comparando los datos del IDEAM para los años 1986 y 2001).
Respecto
a la contaminación de aguas continentales, el incremento de las cargas vertidas
sobrepasó la capacidad de asimilación de numerosos cuerpos de agua,
especialmente de los receptores de grandes urbes como el caso del río Bogotá.
Un indicador dramático del deterioro reciente de la oferta ambiental del país
es la producción pesquera del río Magdalena que en los últimos 50 años
disminuyó en más del 80% (de acuerdo con los datos del INPA, en 1978 se
registró una producción pesquera de 63700 toneladas contra sólo 7580 toneladas
en 1998).
Puesto
que el deterioro reciente del medio ambiente ocurre simultáneamente con un
fuerte incremento en el desarrollo de proyectos orientados a dotar al país de
una infraestructura básica y a explotar sus recursos, es pertinente analizar
cuál ha sido el papel de la ingeniería, especialmente de la ingeniería civil, en
esta evolución. Tanto más que, si al ingeniero se le considera un aliado básico
de la humanidad en la búsqueda de su bienestar y desarrollo económico, a menudo
también se le ve como uno de los grandes destructores ambientales: el casco
blanco que con orgullo portan muchos de ellos, se asocia a los grandes equipos
de construcción, capaces de transformar un rico paisaje en desierto en el
término de horas.
Para
el análisis, haré una breve discusión sobre las causas primarias del deterioro
ambiental en Colombia, examinaré el comportamiento de algunos de los más
importantes tipos de proyectos de ingeniería y, finalmente, plantearé algunas
reflexiones respecto a los retos de la profesión.
CAUSAS
PRIMARIAS DEL DETERIORO AMBIENTAL EN COLOMBIA
Las
causas primarias del deterioro ambiental reciente del país tienen que ver
fundamentalmente con el aceleradísimo aumento de la población y de la actividad
productiva, en un contexto de bajísimo control estatal y civil, de carencia de
políticas de poblamiento y ordenamiento territorial, de escasas normas
ambientales y de falta de equidad social.
Durante
el último siglo, la población colombiana se multiplicó por cerca de 10 y el PIB
per cápita aumentó del orden de 8 veces. El incremento de población en las
condiciones anotadas, incluyendo la existencia de grandes sectores marginados
para quienes la apertura de tierras baldías fue una de las pocas estrategias
disponibles de supervivencia, explica lo ocurrido en relación con la ocupación
de nuevas áreas y la destrucción de su cobertura natural. Afortunadamente,
buena parte de la población incremental se asentó alrededor de los principales
núcleos urbanos (en el período, la población urbana pasó de representar un 30%
a cerca del 75% de la población total) y el aumento del producto interno se
realizó principalmente sobre la base de actividades más intensivas; de lo
contrario, el deterioro ambiental hubiera sido mucho mayor.
Los
mismos factores pueden explicar el incremento en la presión sobre los recursos
naturales, la cual, en vastas zonas del territorio nacional, hoy sobrepasa la
capacidad de carga de los ecosistemas. Éste es el caso del recurso pesquero del
río Magdalena, donde la dramática reducción de productividad anotada puede
explicarse por un aumento exagerado en la presión pesquera, la desecación y
ocupación de ciénagas y zonas inundables que formaban parte del ecosistema
acuático, y el deterioro de la calidad del agua como resultado de los
vertimientos de contaminantes generados por el aumento de población y de
actividades productivas en la cuenca.
PAPEL
GENERAL DE LA INGENIERÍA EN EL ÚLTIMO SIGLO
¿Cuál
fue entonces el papel de la ingeniería en las circunstancias de un acelerado
crecimiento poblacional y económico? El papel principal de la ingeniería fue
atender las necesidades básicas de la población creciente y posibilitarle el
disfrute de una serie de servicios y de comodidades acordes con los avances y
paradigmas de la modernidad, y crear las condiciones de infraestructura que
permitieron el desarrollo de las actividades productivas y el crecimiento
económico. Resolver los problemas físicos relacionados con la satisfacción de
las demandas de agua, drenaje, vivienda, comunicaciones, energía, a partir de
los recursos naturales renovables y no renovables del país, lo cual implicó, a
menudo, conquistar e invadir territorios que se sustrajeron a los ecosistemas y
defender las áreas sustraídas contra los ataques naturales, como en el caso de
las defensas contra inundaciones.
Tradicionalmente,
la concepción, diseño y construcción de obras de infraestructura en el país,
fueron confiados a firmas de ingeniería de origen extranjero o local, las
cuales no utilizaron los servicios de profesionales de las ciencias ambientales
y sociales, o sólo lo hicieron muy puntualmente. Se sostenía que los tres
pilares básicos de un proyecto de ingeniería eran la topografía, la geología y
la hidrología; las demás condiciones ambientales, incluyendo las condiciones
sociales, no eran elementos básicos que debían tenerse en cuenta para el diseño
de los proyectos. Es alrededor de 1970 que esta situación empieza a cambiar,
inicialmente con las débiles exigencias que en ese entonces hizo el Banco
Mundial y, posteriormente, por el avance en la conciencia y la normatividad
ambiental del país, marcado principalmente por el Código de Recursos Naturales
Renovables y del Medio Ambiente de 1974, la Constitución Política de 1991 y la
Ley 99 de 1993 que creó el Ministerio del Medio Ambiente.
Hoy
en día, los proyectos de ingeniería deben cumplir una normatividad ambiental
que, en términos internacionales, es relativamente exigente y que incluye la
obligación de realizar, previa su ejecución, análisis ambientales para
seleccionar la mejor alternativa. Para esta alternativa deben realizarse
estudios de impacto ambiental y planes de manejo, validados mediante procesos
de información y participación ciudadana.
LAS
CARRETERAS
Entre
las obras construidas en el último siglo, talvez a las que más se
responsabiliza de haber contribuido grandemente al deterioro ambiental del país
fue a la construcción de la red de carreteras que hoy comunican parte del
territorio y que, a menudo, constituyeron nuevos e incontrolados frentes de
deforestación y colonización. Se trata de cerca de 45000 km de carreteras,
construidas principalmente en los últimos 80 años. No obstante, lo que estuvo a
la base de la construcción de la mayor parte de éstas fue la existencia previa
de comunidades aisladas, asentadas y enraizadas en los más diversos parajes de
la geografía nacional y que legítimamente aspiraban a gozar de acceso y
comunicación vehicular. Por lo cual, puede decirse que lo que en muchos casos
falló no fue el trazado y construcción de las carreteras sino la capacidad del
Estado de ordenar y controlar racionalmente el uso del territorio y de proteger
numerosas zonas cuya vocación y uso estratégico era la conservación de su
estado natural.
Son
pocas las carreteras cuya construcción hubiera podido evitarse y, de los
corredores escogidos para su trazado, son pocos los que no tienen justificación
desde el punto de vista de ser la única alternativa 68 técnica
y económicamente viable, o la menos peor. Aunque en la mayor parte de las vías,
los impactos ambientales generados durante la construcción fueron de mucho
menor importancia que los generados por la dinámica socio-económica que desató
su puesta en servicio, es indudable que, en el pasado, tanto el diseño como la
construcción de las carreteras fueron ambientalmente muy, o totalmente,
descuidados. La orientación que primó en éstas, al igual que en la mayor parte
de los proyectos de ingeniería, fue la de reducir los costos directos de
inversión y, después, los costos de operación y mantenimiento; pero sin tener
para nada en cuenta los impactos ambientales generados ni los costos económicos
asociados a dichos impactos, los cuales, en general, no fueron asumidos por los
ejecutores de los proyectos sino directamente por las personas y comunidades
afectadas.
Usualmente,
las condiciones ambientales se tuvieron en cuenta sólo cuando representaban una
amenaza para el proyecto y comprometían directamente su realización y
funcionamiento. Es así como, normalmente, sólo se consideraron los factores
físicos que se requería afrontar, relacionados con la topografía, la geología y
la hidrología. Los puentes se hicieron suficientemente altos y largos para que
pudieran pasar las crecientes, sin afectar el tránsito y sin tumbarlos; al
dimensionarlos, no se tuvo en cuenta que, si eran insuficientes, se podía
afectar el funcionamiento y la dinámica natural de las corrientes atravesadas.
Un
caso patético es el de la carretera Santa Marta-Ciénaga- Barranquilla,
construida hace cerca de 40 años, donde, por la interrupción del drenaje
transversal, se afectaron los intercambios naturales de agua entre la Ciénaga
Grande de Santa Marta y el Mar Caribe, y se impactó gravemente el ecosistema de
manglar existente entre estos dos cuerpos de agua, causando su muerte sobre
grandes extensiones . Éste fue uno de los
casos que, por su resonancia, influyó en los avances posteriores que tuvo el
tratamiento ambiental de los proyectos de ingeniería. Sin embargo y a pesar de
la desastrosa experiencia, unos 20 años más tarde se construyó la carretera
Barranquilla-Salamina, sobre un terraplén que eliminó los flujos de agua dulce
del río Magdalena hacia la ciénaga; lo cual afectó seriamente a las poblaciones
de peces, ostras y camarones, y al poco manglar aún sobreviviente.
No obstante, la práctica reciente ha venido incorporando avances substanciales en
el tratamiento ambiental de los proyectos viales: entre los más impor- tantes
están la optimización de los trazados, realizada a través del denominado diagnóstico ambiental de alternativas, y los manejos durante construcción,
entre los que se destaca, por el esfuerzo implicado y el beneficio ambiental,
la adecuada disposición de materiales sobrantes que en el pasado se botaron directamente al lado de la
explanación, con enormes impactos físicos, bióticos y sociales.
HIDROELECTRICIDAD
Otra
de las actividades principales de la ingeniería colombiana, especialmente de
los últimos 50 años, ha estado relacionada con el diseño y construcción de
centrales hidroeléctricas, para las cuales el país, por su relieve y
pluviosidad, cuenta con un potencial excepcionalmente alto. La capacidad
hidroeléctrica actualmente instalada equivale al 67% de la capacidad de
generación eléctrica del país, y con ella se genera en promedio un 80% de la
energía eléctrica consumida.
Como
su funcionamiento depende directamente de la conservación de los recursos
hídricos, este tipo de proyectos, al igual que los relacionados con sistemas de
abastecimiento de agua, tradicionalmente se ha preocupado por realizar
inversiones y manejos ambientales para proteger las cuencas aportantes. Además,
para viabilizar su ejecución frente a los municipios y comunidades de las zonas
de obras, también se ha acompañado de inversiones orientadas a manejar los
impactos negativos, ambientales y sociales, generados en dichas zonas. Difieren
así de los primeros proyectos viales que, por traer el beneficio de la
comunicación, fueron mucho menos exigidos, respecto al manejo de este tipo de
impactos. La preocupación de las hidroeléctricas respecto a los impactos
causados aguas abajo de los aprovechamientos, ha sido tradicionalmente escasa,
al igual que en el caso de los sistemas de abastecimiento de agua.
El
diseño y construcción de la mayor parte de las centrales hidroeléctricas
actuales se realizó después de 1970, simultáneamente con el avance registrado
en la conciencia y la normatividad ambiental. Lo anterior, sumado a la presión
internacional y gracias a la buena organización y capacidad de gestión del
sector eléctrico, explica que el tratamiento ambiental de las hidroeléctricas
estudiadas y construidas en este período, también verificó avances importantes.
Más
del 95% de la capacidad hidroeléctrica instalada en Colombia está constituida
por centrales con embalses de cabecera, sobre cuya conveniencia general se ha
asistido, en los últimos 20 años, a una gran polémica mundial: en efecto, si la
construcción de represas es a menudo esencial para el aprovechamiento
energético de los ríos, así como para atender las demandas de agua en zonas
donde la oferta natural de época seca es insuficiente, también es cierto que en
numerosos casos su construcción no ha generado los beneficios y la rentabilidad
esperados y, por el contrario, ha causado el desplazamiento y empobrecimiento
de numerosas personas, el daño de importantes ecosistemas, la afectación de la
vida y productividad acuática y una inequitativa distribución de sus costos y
beneficios. Desafortunadamente la polémica sobre los embalses, al igual que las
discusiones sobre la realidad del calentamiento global del planeta, ha sido
manipulada por intereses no declarados que se beneficiarían si no se desarrolla
el potencial hidroeléctrico o si se mantienen dudas sobre el fenómeno del
calentamiento global.
Un
problema de la discusión sobre los embalses es la tendencia a generalizar
cuando, desde todo punto de vista, son muy variadas las circunstancias y las
formas en las que se puede realizar este tipo de proyectos. También hay que
tener presente que es muy desigual el grado de utilización de los recursos
hídricos al que se ha llegado en las distintas regiones del mundo: si en los
Estados Unidos, por ejemplo, se han construido cerca de 68 represas por cada
cien mil kilómetros cuadrados de territorio y cerca de 24 por cada millón de
habitantes, en Colombia se tienen menos de 5 represas por cada cien mil
kilómetros cuadrados y menos de 2 por cada millón de habitantes. En estas
circunstancias, no es raro que en los Estados Unidos se estén desmantelando
algunas de las represas exis 70 tentes, mientras en países rezagados y con numerosos
problemas básicos por resolver se esté promoviendo la construcción de nuevos
embalses.
Recientemente,
se ha desvanecido la oposición a tomar en serio el fenómeno del calentamiento
global y también ha cedido un poco la polémica sobre la conveniencia de nuevos
embalses. Quedan, sin embargo, importantes reflexiones sobre las experiencias
pasadas que permiten mejorar el manejo ambiental futuro de los embalses. La
Comisión Mundial de Represas (WCD) que, con el auspicio del Banco Mundial y la
Unión Mundial para la Naturaleza (IUCN), tuvo a su cargo el análisis crítico de
este tipo de proyectos, en su informe del año 2000 conceptúa que es necesario
que hacia adelante las decisiones sobre ejecución de nuevas represas, al igual
que las relacionadas con otros proyectos de desarrollo, se tomen dentro de un
contexto de pleno conocimiento y comprensión de los beneficios e impactos, con base
en principios básicos de equidad, eficiencia, participación, sostenibilidad y
responsabilidad, y buscando acuerdos claros respecto a los objetivos, las metas
y las medidas de manejo requeridas.
MINERÍA
La
calidad de la ingeniería y de la gestión ambiental desarrolladas en la
actividad minera es mucho menos homogénea que en el caso de los proyectos del
sector eléctrico, debido a la heterogeneidad de las empresas mineras en cuanto
a su tamaño, organización, tradición y cultura ambiental. Existe una gran cantidad
de explotaciones mineras de subsistencia y de explotaciones de mediana minería
que operan sin mínimas prácticas ambientales y escasamente utilizan servicios
de ingeniería. En la gran minería es claro que, en la medida que la
normatividad y el control ambiental han venido tomando fuerza en el país, se ha
tendido hacia una mejora y homogenización de la calidad en el manejo ambiental
de la actividad. Un factor que puede ser muy importante hacia el futuro es la
participación en la minería colombiana de grandes empresas muy evolucionadas en
su conciencia y gestión ambiental, gracias a su trajín a lo largo y ancho del
mundo y a que su operación está vigilada de cerca, en sus países de origen, por
organizaciones ambientalistas fuertes y sociedades muy sensibles al tema.
SUMINISTRO
DE AGUA Y DISPOSICIÓN DE AGUAS RESIDUALES: EL CASO DE LA SABANA DE BOGOTÁ
SUMINISTRO
DE AGUA
Un
interesante ejemplo de los logros y limitaciones de la ingeniería, relacionados
con el desarrollo de las grandes urbes del país, es el caso de la Sabana de
Bogotá donde, en un altiplano que representa el 0,4% del territorio nacional,
acabó asentándose cerca del 20% de la población colombiana. Uno de los retos
principales que se enfrentaron fue el relacionado con el suministro de agua. Las
estrategias básicas adoptadas fueron la construcción de embalses, para regular
el escaso recurso hídrico propio de la cuenca alta del río Bogotá, y la
captación, regulación y trasvase por gravedad de la escorrentía del alto río
Guatiquía, que nace en el Macizo de Chingaza en la vertiente del Orinoco.
Los
embalses construidos en el sistema, constituyen elementos esenciales para
atender las demandas de agua en la planicie, lo cual mantiene caudales aceptables
a lo largo del río Bogotá. Estos embalses, con un espejo de agua equivalente a
menos del 2% del área de las cuencas aprovechadas, permiten aumentar más de 10
veces la oferta hídrica natural de época seca: de cerca de 2 m3/s a
cerca de 25 m3/s.
Los
caudales utilizados en la Sabana de Bogotá son recogidos en el punto de desagüe
del altiplano para su aprovechamiento hidroeléctrico en un sistema que utiliza
1900 metros de caída, hasta el bajo río Bogotá, proveyendo un 30% de la energía
eléctrica consumida en el altiplano.
El
aprovechamiento de Chingaza se destaca tanto por las grandes dificultades
técnicas que su construcción implicó afrontar, como por su concepción que
permitió un alto rendimiento hídrico gracias a la inclusión de un embalse de
captación, el de Chuza, y un embalse de respaldo cerca de Bogotá, el de San
Rafael. La concepción del proyecto también redujo el impacto ambiental directo
de las obras, gracias a la adopción de conducciones en túnel. Lo anterior,
sumado al manejo ambiental de la cuenca, ha permitido recuperar para la
conservación importantes extensiones de páramo y bosque alto andino que estaban
en proceso de rápida degradación.
Existe
una discusión sobre el criterio de utilización de los recursos naturales
renovables en aprovechamientos como el de Chingaza. En efecto, tradicionalmente
las decisiones se tomaron sobre la base de la economía interna del proyecto,
despreciando muchos de los impactos ambientales causados, especialmente los
denominados indirectos, generados sobre los ecosistemas y sus poblaciones
usuarias. En estas condiciones, los proyectos tendieron a maximizar el
aprovechamiento, es decir, a arrasar con los recursos naturales que la
infraestructura del proyecto tornaba accesibles, sin tener para nada en cuenta
que, al sobrepasarse ciertos umbrales de utilización, se estaba poniendo en
peligro la productividad e inclusive el funcionamiento mismo de los ecosistemas
aprovechados.
La
consideración de la realidad ecosistémica en las decisiones sobre proyectos de
desarrollo es compleja porque implica el entendimiento básico de los
ecosistemas y decisiones globales respecto al ordenamiento y uso del territorio
y de sus recursos naturales. Evitando afrontar esta complejidad, hoy en día se
tiende a tomar decisiones directamente al nivel puntual de cada proyecto y a
sobre-simplificar la definición de los umbrales ecológicos, haciendo
generalizaciones que pueden ser contraproducentes tanto desde el punto de vista
ambiental como de la economía propia de los proyectos. Es fundamental avanzar
en el planeamiento general y ordenamiento del uso del territorio y sus
recursos, para asegurar que los modelos y alternativas de desarrollo que se
adopten sean ambientalmente eficientes y sostenibles. Además, es conveniente
particularizar las decisiones sobre los umbrales ecológicos que deban respetar
los proyectos y, en lo posible, no realizar estos análisis para proyectos
individuales sino para el conjunto de proyectos que satisface una misma demanda
o un mismo objetivo socio-económico. Este tipo de análisis permitiría
verificar, por ejemplo, si desde el punto de vista ambiental es mejor construir
un solo proyecto Chingaza como el actual, que utilice un alto porcentaje del
caudal de la fuente interceptada, o alternativamente construir dos proyectos
semejantes, con toda la infraestructura asociada, pero que sólo extraigan la
mitad del caudal natural de las fuentes.
Hay
quienes piensan que al haber solucionado el suministro de agua en la Sabana de
Bogotá se fomentó un aumento poblacional ambientalmente indeseable en la
región. Pero acaso, ¿hubiera sido razonable tratar de frenar el crecimiento
poblacional de Bogotá y los municipios aledaños, racionando los servicios y
propiciando el deterioro ambiental local? Tanto más que actualmente, desde el
punto de vista de la ingeniería, realizar un manejo aceptable de los impactos
generados al interior de la cuenca y por fuera de ella.
DISPOSICIÓN
DE AGUAS RESIDUALES
Si
puede hablarse de un manejo exitoso de los problemas de abastecimiento de agua
en la Sabana de Bogotá, se ha fallado gravemente en la solución de los
problemas ambientales generados por el vertimiento directo de aguas residuales
al río Bogotá. Aunque se dan explicaciones relacionadas con limitaciones de
capacidad económica, no existen excusas válidas para haber dejado incrementar
el problema sanitario y ambiental al nivel al que llegó, lo cual implicó un
enorme deterioro y grandes perjuicios y costos a las personas y ecosistemas
situados a lo largo de los cauces naturales, en la Sabana y hacia aguas abajo.
Es
paradójico que, siendo los recursos económicos escasos, la primera gran
inversión que acomete la ciudad de Bogotá directamente orientada a solucionar
el problema sea la planta de tratamiento de aguas residuales del Salitre, cuya
operación ha tenido tan bajos beneficios ambientales; ya que, por la baja
calidad del efluente, no es posible su uso directo y tampoco se mejoró el uso
potencial del río aguas abajo del punto de vertimiento.
Hoy
en día se proyecta invertir una suma adicional importante para ampliar y
optimizar la planta del Salitre, con miras a tratar todas las aguas residuales
que llegan a este sitio a un nivel que permita su uso agropecuario y alcanzar
objetivos aceptables de calidad en el tramo subsiguiente del río. La nueva
inversión se inscribirá dentro de un plan integrado para solucionar, en el
mediano plazo, el saneamiento básico del río, con la inclusión de obras para
interceptar, conducir y tratar las aguas residuales correspondientes a los
demás sectores de la ciudad.
RETOS
FUTUROS DE LA PROFESIÓN
Después
de este breve repaso de la gestión ambiental en algunas obras de ingeniería,
conviene preguntarse ¿cuáles son los más importantes retos profesionales para
el ejercicio ambientalmente responsable de la ingeniería en el futuro? En mi
concepto, el principal reto es ético: asumir plenamente una ética profesional
que incorpore valores ambientales, anteponiendo a los intereses particulares y
sectoriales los intereses de la sociedad en general, incluyendo las
generaciones actuales y futuras.
En
la sociedad actual hay confusión en el sistema de valores: se exalta tanto la
capacidad de los individuos de velar y propender por sus propios intereses que,
a menudo, se considera legítimo que estos intereses se tengan en cuenta e
influyan en los conceptos profesionales. Hay errores en el planeamiento y las
decisiones que se cometen de buena fe; pero también, con frecuencia, se
quebranta la ética profesional y se utiliza el discurso técnico especializado
para favorecer los intereses propios, sustentando recomendaciones y decisiones
que son contrarias al interés público y al de las entidades contratantes.
Asumir
una ética ambiental implica velar por que las obras que proyectemos y
construyamos no comprometan la sostenibilidad del medio ambiente y su
biodiversidad, que estén integralmente optimizadas y que cuenten con análisis
responsables respecto a los impactos directos e indirectos que puedan generar y
a los manejos ambientales requeridos. El cumplimiento de este deber ético
implica que los proyectos y sus estudios estén validados no solamente desde el
punto de vista científico sino también desde el punto de vista de la sociedad,
para lo cual es necesario posibilitar la participación abierta y amplia de
todas las personas y grupos sociales interesados.
En
el caso colombiano, este deber general es especialmente complejo e interesante,
debido a la fascinante diversidad ambiental, biótica, étnica y cultural del
territorio, y a la fragilidad de los ecosistemas que la sustentan.
La
necesidad de analizar y optimizar los proyectos en este contexto y desde una
óptica integral, plantean el reto de trabajar en equipos multidisciplinarios en
los cuales cada profesional, desde el campo de su especialidad, se
responsabilice de su aporte particular y también de la calidad integral del
proyecto. Pero esto sólo se logra si tanto los ingenieros como los demás
profesionales han sido formados para valorar la calidad integral de un proyecto
y entender la importancia de los elementos que se busca proteger y de los aportes
de las distintas disciplinas. Ésta es una responsabilidad y un reto que deben
asumir, individualmente, los profesionales y las diferentes instancias de
educación y formación.
© 2012 Revista de Ingeniería, Facultad de Ingeniería,
Universidad de los Andes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario